El prestigio de ciertos políticos parece estar más de acuerdo con el sentido etimológico de esta palabra que con el significado que le damos hoy.
En efecto, prestigio proviene del latín praestigium, que se refería a la ilusión causada a los espectadores por los trucos de un mago. Este sentido todavía está presente en dos acepciones que el Diccionario de la Academia registra como poco usadas: «fascinación que se atribuye a la magia o que es causada por medio de un sortilegio» y «engaño, ilusión o apariencia con que los prestidigitadores emboban y embaucan al pueblo».
Este sentido es el que está presente en este trecho del escritor Pedro Montengón, fechado en 1784:
La imagen severa de la virtud de Leocadia y de sus gracias no hallaba ya rival, después que sacudió con los consejos de Hardyl el amoroso prestigio con que lo deslumbró la fácil correspondencia y el ardiente afecto de la graciosa hija de Howen.
La palabra latina estaba formada por el prefijo prae- ‘delante’ y el verbo stringere ‘apretar con fuerza’, con la idea de apretar los ojos, como se hace con una venda, para dejar ciega a una persona. El término se usó con este sentido hasta el siglo XVIII, cuando en francés se le empezó a dar a prestige el significado de ‘renombre, ascendiente, influencia’, y la afrancesada corte española de aquella época trasladó este significado a nuestra lengua.
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