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El amor, madre, a la patria
No es el amor ridículo a la tierra
Ni a la hierba que pisan nuestras plantas.
Es el odio invencible a quien la oprime.
Es el rencor eterno a quien la ataca.

Jose Martí

3/02/2009

Puerto Rico: Paciencia a la borinqueña

Awe nós ta publicá den forma integral un artículo qu a sali riba e bitácora Argenpress. Ayera nós a pon'é como enlace den e serie Lectura Recomendá. ¿Paquico nós ta publiqu'é? Pa un símpel rasón: E historia di Puerto Rico tá nos historia. Por a reemplasá Puerto Rico pa Antilla y un que otro detalle y, en esencia, e escritor tá papiando di nós. Aqui ta sigui e texto completo:
viernes 27 de febrero de 2009

Puerto Rico: Paciencia a la borinqueña

Pedro Aponte Vázquez (especial para ARGENPRESS.info)

A raíz del ataque armado de Nacionalistas puertorriqueños al Congreso de la nación que nos sojuzga, don Pedro Albizu Campos le dijo al periodista Teófilo Maldonado que “Nuestra fe en el Derecho nos dio una infinita paciencia para resistir los desmanes del poder ocupante norteamericano”, pero que esa paciencia nuestra “confundió a los dirigentes de Estados Unidos, quienes nos catalogaron entre los pueblos pasivos de la Tierra. Agregó Albizu que esto, a su vez, “los llevó hasta la insolencia de pretender reclutar a nuestros hijos por la fuerza para servir a sus fines imperialistas en el mundo entero siendo nosotros víctimas de su imperio”.

Eso fue en marzo de 1954. Más de medio siglo después, cuando miles de electores confundidos han dado la impresión de que le temen mucho más que antes a la libertad, los yanquis y los entreguistas continúan en la completa seguridad de que somos tan pasivos que nunca se nos habrá de agotar la paciencia. Es que los yanquis no respetan al pueblo de Puerto Rico y, en especial, no respetan a esos incautos electores que han demostrado no respetarse a ellos mismos; seres que actúan como espoliques que se consideran incapaces de mandar en su propia casa; que necesitan a extraños en su hogar que les impongan respeto a sus cónyuges y a sus hijos e hijas; que les controlen sus comunicaciones; que les asignen tareas domésticas cotidianas; que les digan qué idioma hablar y, en fin, que dirijan el destino mismo de sus familias. Personas como esas le daban pena a don Pedro porque, según dijo con toda razón, “los yanquis se ríen de ellos”.

Y usted dirá, “no, brother, cómo va a ser, si los puertorriqueños nos hemos levantado y los hemos combatido hasta con las armas. Mira el ejemplo de los Nacionalistas; mira lo que les han hecho los Macheteros, que hasta les han destruido aviones de combate en sus propias narices; y, por si acaso, mira la historia de valentía del Regimiento 65 de Infantería”.

Cierto es, pero no se trata de que nunca los hayamos contraatacado o de que no hayamos demostrado valor en sus guerras de agresión. De lo que se trata es de que ellos han visto que solamente un pequeño sector del Pueblo lo ha hecho mientras que han sido muchos más los que, aunque internamente aplaudan las acciones revolucionarias – y habrá quienes desearían haber participado en las mismas – están poseídos sicológicamente por el colonizador yanqui. Es ese invasor yanqui el que les da sistemáticamente castigos y recompensas.

Esos seres colonizados son los que tienen la oportunidad de tomar decisiones para el beneficio del país, pero no se atreven a tomarlas si resultan ser decisiones que no le convienen al colonizador que llevan, como dijo Frantz Fanon, "alojado en la conciencia".

Pero hay más. Por un lado, los valientes soldados del 65 de Infantería no estaban defendiendo la soberanía de Puerto Rico. Sin saberlo, defendían los intereses económicos del puñado de familias que históricamente han controlado al gobierno yanqui. Por otro lado, algunas de las acciones de violencia revolucionaria han sido de carácter defensivo o vengativo. Es decir, han surgido como respuesta directa a acciones específicas de abusos que sería demasiado vergonzoso para un Pueblo pasar por alto. Eso no es lo que procede en nuestro país en este momento histórico, cuando los políticos en las esferas del poder colonial y los oportunistas que éstos a su vez nombran, toman decisiones que van abiertamente en contra de lo que le conviene al Pueblo en general.

Ahora, para colmo, esa partida de buscones ha admitido abiertamente su subordinación al gobierno interventor yanqui, sin los disimulos de siempre, sin abochornarse. Por eso esos atracadores incapaces de sonrojarse pretenden desplazarnos hasta del ámbito soberano del deporte internacional; por eso le ofrecen al gobierno yanqui la vida de aquellos puertorriqueños a quienes se les acuse en la esfera del invasor de cometer delitos de los que ellos castigan con la ignominiosa pena capital; por eso, como garantía, ponen la mal llamada corte suprema en manos de puertorriqueños arrepentidos; por eso colocan bajo la tutela del invasor las funciones que les corresponden a funcionarios y oficiales del gobierno colonial en lo pertinente a combatir los crímenes contra el Pueblo, los crímenes que no hayan cometido ellos mismos o los llamados federales; por eso quieren que los trabajadores paguemos los platos que millonarios incompetentes rompieron.

En su degenerado afán por demostrarle al invasor yanqui cuán serviles son, esos "negreros de la patria", al decir de don Pedro, han puesto a la Policía colonial nada menos que en las manos sangrientas de "Pepesprey". Ahora, en combinación de "pitcher" y "catcher" con el secretario diz que de justicia, ese abusador empedernido les hará el juego a los fiscales federales y a su jefe en el FBI y conjuntamente se asegurarán de que, como siempre ha sido, nunca haya justicia para los defensores de la dignidad de esta patria nuestra por tanto tiempo atropellada. O sea, que la metrópolis dirige la Policía colonial, como en los mejores tiempos de las antiguas dominaciones imperialistas.

No hay duda de que, más de 50 años después de don Pedro decir las palabras con las que comienza este escrito, los yanquis y los negreros de la patria que ya no sólo los apoyan, sino que, peor aún, descaradamente los incitan al abuso y al pillaje de su Pueblo, están seguros de que somos supremamente pasivos y que por ello jamás se nos agotará la paciencia. Ellos tienen la certeza de que pueden seguir campeando por sus respetos tranquilamente como temidos guapos de barrio. Confían en que impunemente podrán: robarnos el agua; apoderarse de nuestros bosques; explotar o destruir, según les convenga, el resto de nuestros recursos naturales; mantener reservas inagotables de desempleados que tomen las armas para ir a donde sea a defender sus intereses económicos; atropellar los derechos civiles de quienes osen desaprobar sus atropellos y asesinar una vez más a cualquier líder revolucionario que se les enfrente – y todo ello sin tener que afrontar las más mínimas consecuencias. Con eso cuentan los invasores yanquis – y con sobrada razón.

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